“Perdona, llevo las uñas fatal”. Cada vez con más frecuencia, escucho a otras mujeres decirlo cuando se disponen a ejecutar algún gesto que atraiga la atención hacia sus dedos. Lo mismo da que lleven el esmalte desconchado, se muerdan las uñas, luzcan una manicura semipermanente poco reciente… o sencillamente, no se hayan hecho la manicura y sus uñas se vean ‘desnudas’; que no lleven, en resumen, ‘las uñas perfectas’. Es también la frase con la que Moderna de Pueblocomenzaba un post, atribuyéndola, por cierto, a una compañera de trabajo a la que acababa de conocer…
“Me sorprendió. Había escuchado muchas veces lo de ‘perdona las pintas, no he podido cambiarme’; ‘perdona, llevo unos pelos…’; ‘perdona mi careto, llevo desde las 7 de la mañana fuera’. Pedir perdón por nuestro aspecto físico era algo recurrente; pero ¿por las uñas?”, continuaba la siguiente viñeta. Y es que en los últimos años, la manicura profesional se ha posicionado como un gesto de belleza al alza en España; un país donde muchas han pasado de limar y esmaltarse las uñas en casa (o directamente, no hacerlo) a acudir a salones especializados.
Probablemente, la principal razón de este cambio de paradigma sea la democratización de la manicura que han posibilitado los incontables centros low cost que han proliferado durante la última década.“La inmigración de países como Rusia o Colombia, en los que hay mucha más tradición de ‘hacerse las uñas’ fuera de casa, es la clave”, comenta Aude Peyrefiche, directora de Vitry España. Pero además del aumento de servicios y profesionales de manicura (a precios también más económicos), en O·P·I creen que también ha contribuido a que la manicura profesional alcance cotas tan altas de popularidad la cantidad de celebridades que “han fomentado la tendencia al compartir sus diseños en redes sociales. Esto ha ayudado a destacar la importancia de cuidar nuestras manos y convertirlas en una expresión de estilo”. Se refieren, entre otras cosas, al impulso de la musa del nail art nacional, Rosalía.
Como consecuencia, la manicura profesional va forjando poco a poco un nuevo canon de uñas normativas –con las pertinentes excusas cuando no se cumple con él–. Según la psicóloga Gloria Zueco, “esto tiene más que ver con el modelo económico y de consumo en boga, quizá un caso semejante a lo que sucede con el fast fashion: el fácil acceso para la población mayoritaria a lo que antes estaba restringido a esferas inalcanzables e idealizadas va escalando en el umbral de lo normativo”.
En este sentido, supone también una tendencia quizá malentendida en la era del autocuidado, ya que, por una parte, dejar la mente en blanco durante la visita al salón de uñas podría llegar a interpretarse como un hábito beneficioso para cuidar la salud mental; pero no nos engañemos: hacerse la manicura no se puede comparar con hacer ejercicio, practicar mindfulness o aprender a decir no. Y por si fuera poco, en ocasiones puede traducirse como autoexigencia estética, tal y como ha ocurrido tradicionalmente: de colorear las canas al uso de maquillaje, pasando por la depilación.
Zueco, que dirige el gabinete madrileño Espacio Propio Psicología, destaca que “hemos pasado del patriarcado de la coerción al del consentimiento. Aplicado a la belleza y sus rituales, explicaría que aquello que durante muchos años entendimos como imposición estereotipada ahora se asuma como elección personal y autocuidado”. Por este motivo, el bienestar derivado de la manicura y otros gestos de belleza residiría en que “nos hacen cumplir con los mandatos de pertenencia estética, y por tanto, a ser aceptadas y valoradas por el grupo con el que nos identificamos”, opina esta experta. ¿Y cuáles serían las consecuencias emocionales de no cumplir estas expectativas? “Culpa, miedo y vergüenza”, responde Zueco. De ahí que haya tantas mujeres disculpándose por no llevar las ‘uñas perfectas’.
En su opinión, los rituales de belleza solo pueden ser considerados empoderadores si se basan en una elección consciente, ya que el sustrato es tan complejo como delicado. “El autocuidado tiene por objetivo satisfacer necesidades humanas a partir de actividades y rutinas de descanso, higiene, alimentación, afectivas… Y sí, también de cumplimiento con los requisitos de pertenencia a una sociedad concreta, una necesidad humana fundamental”, opina la psicóloga. Por eso resulta tan importante desarrollar el pensamiento crítico y protegerse de imposiciones para regular el eventual desenlace emocional del incumplimiento: la violencia estética.
Esto también pasaría por un cambio de perspectiva individual. Del mismo modo en que se promulga la actitud body-neutral, es decir, la indiferencia hacia los mal llamados ‘defectos’ físicos, ¿por qué no hacer lo mismo con las uñas, y dejar de pedir perdón por su aspecto? Transformar en simple autoindulgencia el ‘darse permiso’ para invertir recursos en una misma. Eso sí, en el caso de autoimponer atenciones a las manos –o cualquier otra parte del cuerpo–, que sea en forma de cuidados específicos, de los que velan por su salud más allá de otro aspecto.
De este modo, los expertos de O·P·I aconsejan “cuidar las uñas con el mismo mimo que procuramos a nuestro cabello y nuestra piel, aplicando diariamente productos para mantenerlas sanas e hidratadas, como el aceite de cutículas, un imprescindible para su salud”. E inciden en la relevancia del asesoramiento profesional para diagnosticar las necesidades y prescribir los cuidados oportunos, ya se trate de reparar daños en las cutículas o fortalecer las uñas.
Además, en O·P·I recomiendan “evitar aquellos servicios que comprometan la salud de las uñas mediante técnicas agresivas en la preparación y el retirado de los esmaltados, sobre todo los de gel”. Esa es la causa de que en Vitry aboguen por la manicura tradicional: “Nunca recomendamos la manicura semipermanente porque daña y debilita las uñas. De optar por ella, sería imprescindible ‘descansar’ entre manicuras, dejando ‘respirar’ las uñas entre quince días y un mes, así como utilizar un tratamiento reparador y fortalecedor cada uno o dos servicios”, apunta la directora nacional de la firma. En materia de manicuras, ese sería el verdadero autocuidado, tan genuino que no exige ni admite disculpas.
Y es que hacerse la manicura es una elección –y casi un lujo, por la cantidad de horas y euros que requiere–, nunca una obligación. Si creemos superados esos temas mencionados, ¿cómo que ahora nos disculpamos por el estado natural de nuestras manos? Pedir perdón por llevarlas descuidadas equivaldría a disculparse por sufrir un brote de acné o presentarse un día con el pelo sucio: algo completamente absurdo. Por no mencionar que se trata de una disculpa puramente femenina; posiblemente, jamás un hombre se haya excusado por el estado de sus uñas… ¿Por qué justificarse? ¿Acaso supone una afrenta para el resto?
Hasta ahora, llevar las uñas limpias y cortas suponía una muestra de respeto y amor propio; y se consideraba que con eso bastaba. “Añoro los tiempos indies en los que se llevaban las medias rotas y las uñas desconchadas; era fácil seguir la tendencia”, comentaba en su post la propia Raquel Córcoles, la artífice de Moderna de Pueblo. Se refería a la época del indie sleaze, unos años en los que, como rezaba otro comentario, “hasta Shakira hizo una campaña de Viceroy con las uñas desconchadas y me pareció una auténtica reina por ello”.
En la actualidad, las tendencias de manicura se siguen con devoción, pero no debemos perder de vista la importancia de llevar las uñas como queramos. Que lo contrario de autocuidado no es abandono, y nunca debemos interpretarlo como autoexigencia. Siempre se ha dicho que las manos, como los zapatos, dicen muchísimo sobre nosotros: la atención que nos dedicamos, nuestro estilo de vida, gustos… Y el discurso tras la ausencia de manicura también podría ser: “Estoy en descanso de uñas de gel por autocuidado de mis manos y mi economía”, como también se ironizaba en el post. Y también es perfectamente respetable.
Fuente: Vogue