Las aplicaciones de citas dan acceso a encuentros sexuales, obviando el romance, y abriendo las posibilidades de cualquiera para convertirse en un conquistador con riesgos adictivos. Esta es la historia de un usuario que vive en Valparaíso decidido a intimar con un centenar de mujeres, hasta que el amor detuvo el conteo. Por ahora.
Martín tiene 51 años, es ingeniero y trabaja en una repartición pública de Valparaíso. Adicto al gimnasio, se concentra obstinadamente en el tren superior. Con su metro 80, luce como un luchador retirado que batalla con el sobrepeso. A distancia del prototipo del galán clásico, sus rasgos combinan a “Bam Bam” Zamorano, Nino Bravo y La Roca. Acostumbra sonreír y bromear con alcances rápidos, agudos y de ligera picardía, parte de sus recursos para registrar un número poco usual de mujeres que ha llevado a la cama, en un país donde los datos indican que el promedio de parejas íntimas es de cinco personas, acorde a la Segunda encuesta de sexualidad en Chile de 2019. Martín en cambio, sin ser un Adonis, ha tenido sexo con 99 mujeres.
En el colegio fue carne de bullying. Sus compañeros solían apuntarlo preguntando al unísono “¿Luis Miguel?”, para luego abalanzarse descargando una lluvia de manotazos y patadas. Como adolescente tuvo escaso éxito amoroso. Se acostumbró al rol de comparsa en las fiestas, mientras sus amigos sumaban conquistas. Si en Chile el promedio de edad para perder la virginidad son los 17 años, Martín debutó recién a los 21 una noche de verano al interior de una carpa. Comenzó a conquistar chicas y tener novias con normalidad, incluyendo una larga relación en la universidad, hasta conocer a Andrea, su esposa tras un tiempo de pololeo.
Por trabajo se radicaron en una bucólica ciudad del centro sur, hasta donde llegaron con su pequeño hijo. No había mucho por hacer, excepto ver películas en televisores de generosas pulgadas, y comprar muchos juguetes para el niño que, en el fondo, eran para sí mismo; los rastros de una infancia más bien modesta en un cerro de Valparaíso entre los 70 y los 80.
Las primeras infidelidades de Martín fueron intermitentes -un par al año-, hasta desembocar en una vida paralela sin amantes estables. La existencia cansina cambió dramáticamente cuando un avanzado cáncer de mama, redundó en una mastectomía para Andrea. Recuperada, comprendió que tenía una nueva oportunidad, un segundo tiempo que no contemplaba a su marido. Había dejado de amarlo.
“‘Ya que no me morí, quiero vivir muchas cosas” -me dijo-, “y no estoy plena con la vida que tengo’”.
Martín revuelve un café mirando los muelles del puerto desde una terraza, a casi una década del quiebre. Su voz grave se ensombrece ligeramente. La escena reaparece vívida en su memoria. Hace una pausa.
“En ese sentido siempre la apoyé. ‘Si quiere buscar su felicidad -pensé- que lo haga’. Sabía por lo que había pasado”.
Acordaron separar sus vidas al término del año escolar del niño. El día de Navidad, la última de aquella familia como un núcleo compartiendo la casa que habían comprado, Martín descubrió unas conversaciones de su esposa en el celular. El tono era inequívoco y explícito. Andrea tenía un amante.
Martín cogió el teléfono y caminó tranquilamente hasta el dormitorio de su hijo.
“En esto anda tu mamá”, resumió.
Cuando le preguntaron con quién prefería quedarse, el chico eligió a Martín.
-¿Sabía tu hijo que también habías sido infiel?
-No, no tenía idea.
“Al separarme se me abrió un mundo”, explica el ingeniero, apuntando el Tinder en su teléfono. “Porque en la vida real, ¿dónde consigues tu vida? ¿En los barrios? ¿En una fiesta? Aquí juegas solo”.
“Fue fácil”, agrega. “De hecho, mi ex señora me enseñó a ocupar la aplicación”.
-¿En serio?
-Sí. La había estado usando un año antes de separarnos.
-¿Y qué sentiste cuando ella te está explicando todo esto?
-Fueron sensaciones fuertes. Se empezó a poner la carne más dura, aguantando cosas que nunca creíste.
-¿Cómo así?
-Saber que tu esposa se acostaba con otro que conocía por acá (muestra el celular). Yo trataba de nivelarlo con lo que había hecho. “Estamos parejos”, pensaba, porque me portaba mal. Es como la ley divina, ¿no? El universo te está devolviendo todo lo que has sembrado.
-¿Y eso lo has conversado con ella?
-Sí, lo conversamos. Cuando ella se fue de la casa, volvía a ver a nuestro hijo. Durante seis meses igual (teníamos sexo)… Pero yo sabía que ella se acostaba con otro, y ella sabía que yo ya me acostaba con otra persona.
-Cuando te separaste, ¿aún estabas enamorado?
-No quiere decir que por andar hueveando no estuviera enamorado de mi mujer. Es el machismo propio de uno. Pero ella ya no me quería. El duelo, como dicen las mujeres, lo viven en la relación. Si dicen que se terminó, es así. El hombre es diferente: “Ay, estamos mal, arreglemos la hueá”. Ellas no. Te tiran ciertas señales, uno no engancha y crees que sigue todo bien.
Martín decidió que se acostaría con un centenar de mujeres a medida que se fue haciendo adicto a la aplicación de citas, aunque decidió incluir en el conteo sus experiencias previas, unas 30. También tuvo una epifanía viendo un programa de TV. Un bailarín de un famoso grupo axé reveló haber sostenido relaciones con más de 100 mujeres. El número le quedó grabado y estaba al alcance.
En sus periodos más febriles, registró semanas con hasta cuatro encuentros.
-¿Siempre usas protección?
-A veces no.
-¿Por qué no? ¿De qué depende?
-La oportunidad me sale así de repente y no ando preparado. Otras veces -una tontera totalmente injustificable-, pero si la ropa es muy provocativa, hay que forrarse.
-¿Te chequeas ?
-Sí, lo hago.
Con el correr del tiempo, Martín comenzó a observar patrones. Por ejemplo, la gran mayoría de las mujeres que conocía eran de ciudades del interior como Quilpué y Villa Alemana, muchas de ellas casadas. Cuando aparecían porteñas y él se identificaba de Valparaíso, las citas no se concretaban.
El ingeniero cree que ahora puede leer “un poco mejor” a las mujeres. “Les gusta que el tipo al frente no ande pensando solo en sexo -explica-, aunque ellas solamente quieran eso. Cuando das esa confianza, se pueden abrir”.
“También he aprendido a cultivar la paciencia -continúa-, a bajar los niveles de ansiedad. Porque uno, de repente, por ansioso, se cae”.
-¿Qué te ha pasado?
-Viajé a Santiago a conocer a una chica. Quedé tan impresionado cuando la vi, era tan espectacular y fuera de mi rango, que cometí errores de novato. Cuando me devolví le mandé unas cancioncitas así como románticas.
-¿Tuviste sexo con ella?
-No.
Martín también se ha encontrado con paradojas y discursos contradictorios. Su conquista número 99 se gestó -coincidencia con su biografía- el 25 de diciembre del año pasado. “Le dije ‘me caíste de regalo de pascua, jajajá’”.
La mujer le advirtió de inmediato que prefería “la vuelta larga” para conocer gente, y que no era de “encamarse altiro”.
“Así que si tú andas buscando ese tipo de cosas -subrayó-, no”.
Vía texto, Martín replicó: “Aquí estamos para ser amigos”.
Al día siguiente, el ingeniero le envió una foto desde el gimnasio, recibiendo de vuelta comentarios sobre el tatuaje en uno de sus brazos, un dibujo de Batman con contornos de test de Rorschach.
“Le pregunté si tenía uno -cuenta- y dijo que sí, pero en una zona más reservada”.
Martín tiró el anzuelo, insinuando el deseo de ver el diseño en la piel “en movimiento”.
“Menos mal que era de vuelta larga -exclama tras un sorbo de café-, nos acostamos ese mismo día”.
Otra variable han sido las citas que no terminan en la cama en los primeros encuentros.
“Hay mujeres acostumbradas a comer y tomar gratis, y no pasa nada”, cuenta. “Tuve unas salidas a bares con una persona, sin que sucediera ni lo más mínimo. A la tercera le propuse que si le tincaba comprar unos vinitos, algo para comer, y partir a un motel a conversar más piola. ‘Ya -me dijo-, me gustó la idea’. La hice varias veces y siempre me dijeron ‘ya, buena’”.
“Y ni un beso de por medio antes -remarca-. Me han dicho ‘qué raro estar aquí, en la cama, y nunca nos hemos dado un beso’”.
“Siempre respondo lo mismo: ‘somos gente adulta’”.
Entre las lecciones aprendidas, Martín sabe que a) jamás hay que hablar mal de la ex b) ser divorciado con el hijo bajo su techo “suma puntos”, en un target dominado por mujeres separadas a cargo de los niños.
También observó que las referencias sexuales o las insinuaciones en la primera cita, implican una torpeza mayúscula y falta reiterada entre los hombres. Unos cuantos creen que, en esa instancia, mostrar imágenes de erecciones enciende pasiones.
“Una mina me dijo ‘¿sabes qué? No necesito fotos porque todos hacen eso. Prefiero conocer a las personas, y no me importa mucho el físico, así que no pierdas el tiempo mandando huevadas’. Pará de carro de una”.
-¿Has conocido mujeres en la misma tuya con el sexo?
-Sí, pero no necesariamente en Tinder, sino que en los primeros tiempos cuando me separé; minas que iban a discotecas todos los fines de semana y se acostaban con distintos tipos. Una ex hacía lo mismo. Tener sexo no era tema para ella.
Martín acumula suficiente experiencia para determinar las ventajas y desventajas de conocer mujeres antes de la era digital, y en este presente dictaminado por las aplicaciones de citas.
“Si fuera por encontrar a una persona para una relación estable -reflexiona-, ojalá conociera una mujer, al azar, en el supermercado”.
“Las personas, hombres y mujeres de las aplicaciones, tienen una pifia -elucubra- porque les resulta más fácil conseguir gente por aquí que en la vida real, y me considero obviamente en el mismo grupo”.
Ante cualquier turbulencia en una relación, explica, si uno de los implicados tiene un pasado Tinder, se enciende de inmediato el deseo de chequear la oferta. “Es como un vicio, porque es muy entretenido estar vitrineando”, apunta.
“Entonces, esas personas -continúa-, es difícil que salgan de esa rutina. Si buscas una relación estable, lo ideal es que no estén en esto, porque siempre van a tener la facilidad para encontrar hueveo”.
-Es como una droga.
-Claro, porque es fácil. Puedes tener sexo varios días, pero se vuelve mecánico. Le quita la magia al tema.
-¿Has pensado que eres adicto al sexo?
-En algún momento… puede ser. Pero nunca llegué a los niveles de adicto al sexo como se entiende a esa gente, donde la selectibidad desaparece. Yo tenía la posibilidad de filtrar. Se me pueden dar oportunidades, pero también las puedo dejar pasar. Influye tener ganas, energía. Así que no. Cuando me puse esa meta, cada mujer era un número. Eso como lo más cercano a adicto al sexo, si quieres.
***
Ingresar al mundo de las citas concertadas digitalmente abrió nuevos caminos en la vida sexual de Martín, hasta llegar a un evento swinger invitado por una amiga. Creía tener el temple después de haber participado en tríos. La experiencia, lejos de entusiasmarlo, lo superó por completo.
“Moralmente”, precisa.
Llegó hasta una construcción centenaria a los pies de un cerro en Valparaíso, un departamento amplio con un salón central, una barra y una serie de habitaciones dispuestas para el sexo. Se unió a un grupo para conversar, hasta que fue abordado por la dueña de casa que, junto a su marido, manejan el negocio. La mujer le dio la bienvenida y brindaron intercambiando frases triviales, hasta que la anfitriona le preguntó sin rodeos si le apetecía una fellatio.
“¿Aquí?”, respondió Martín, desconcertado.
Sin mediar palabra, la mujer se arrodilló. Martín no podía dejar de pensar en el marido observando a escasos metros. Ni siquiera la pastilla que había consumido para el evento, lograba surtir completo efecto.
Rato después, su amiga le propuso recorrer las habitaciones. En una de las piezas tuvieron sexo. De regreso al salón, fue testigo de una especie de concurso con penitencia, que terminó con una mujer sosteniendo relaciones con varios hombres. Cada vez más incómodo, Martín se dirigió a la barra en busca de una copa.
“El fin de semana pasado -le contó el barman- la dueña de casa se tiró a cinco ahí mismo, contando al marido. Yo también participé”.
Cada vez más agobiado, Martín se acomodó en un sofá. De tanto en tanto, veía a su amiga entrar a las habitaciones. A veces salía desnuda en busca de alguna prenda rezagada, luego oía sus gemidos. Contó media decena de tipos conducidos por su amiga hasta el interior del lugar. Ella se marchó a las 7 de la mañana “cansadísima”, según le contó al día siguiente.
El ingeniero se retiró mucho antes, luego de que el dueño de casa lo alentara a abordar a un matrimonio. La mujer era guapa, pero la situación era demasiado.
“Estaba apestado”, dice con una mueca de desagrado.
***
-En tu ámbito laboral, ¿tienes fama de casanova?
-Sí.
-¿Y qué consecuencias te trae?
-Mi actual polola es colega. Un compañero de la pega le tenía ganas y le dijo “no te metas con él porque es mujeriego”
-Mala fama.
-Sí, porque ya me había agarrado a varias.
-¿Tienes un rango etario?
-Mi pareja actual tiene 55, pero me gustan más de 38-40.
-¿Por qué?
-La juventud se les nota en la cara. Nunca me ha importado si son flaquitas o gorditas. Pero que se vea su piel lozana, me encanta.
-¿A qué atribuyes este registro, este éxito si se quiere?
-Porque aprendí a leer las señales, ser respetuoso y transmitir seriedad. Cuando me ven piensan que soy candidato a una relación seria. Eso les da una confianza para soltarse, e ir a tirar a la primera o segunda cita. He conocido mujeres que vamos a almorzar y te proponen de inmediato el postre en otro lugar, y después no las he visto más. Las mujeres en esa aplicación tienen ganas de tirar y huevear. Y uno lo único que puede hacer en esa situación es cagarla. Por lo tanto, si tú haces todo bien y correctamente, no te pones patudo ni hablas tonteras ni demuestras que eres un degenerado, aunque lo seas, el éxito va más o menos asegurado.
Martín aplicó pausa a las citas cuando se puso a pololear con esta pareja al tanto de sus andanzas. La relación va y viene por años. Entre todas las mujeres de este tiempo, ella marca una diferencia. La señal más clara es que el Tinder de Martín suma meses inactivo.
Hasta no hace mucho, él era su amante mientras ella sostenía un pololeo de más de un año.
-¿No te complicaba?
A Martín ya no le queda café, tampoco quiere otro.
Mira la bahía y recurre a la sentencia de hace un rato.
“Somos gente adulta”.
Fuente: The Clinic