Dejar el smartphone para volver al celular de antaño es una tendencia, en algunos países, para salir de la hiperconectividad. ¿Es posible hacerlo en Chile? ¿Qué se gana y pierde en una decisión como esa?
Suena la alarma cada mañana. Con los ojos cerrados, y antes siquiera de recordar cómo nos llamamos, el primer acto del día consiste en buscar el smartphone para terminar con el bullicioso tormento.
Acto seguido, la jornada comienza con la luz de su pantalla. Hay que ponerse al día: ¿cuántas cosas habrán ocurrido mientras dormíamos? Sitios de noticias, scroll; redes sociales, más scroll. Ni siquiera despiertos, revisamos el correo electrónico, por si hay alguna novedad en el trabajo, y también WhatsApp, para ver si alguien te ha dicho algo.
De camino al trabajo, en el trabajo, en una reunión, durante el almuerzo, en el café, después de comer, en el tiempo libre, mientras estás en el baño, mientras conversas con alguien que está a tu lado, antes de acostarte, después de que dijiste buenas noches, incluso cuando te rendiste ante el insomnio: siempre habrá un espacio para revisar el teléfono móvil. A fin de cuentas, pareciera ser que todo lo que ocurre hoy en día está mediado por una pantalla.
La hiperconectividad es una especie de milagro de la era moderna, que permite mostrar en tiempo real lo que sucede en cualquier parte del mundo, donde sea que uno esté. Beneficios tiene muchos, pero también perjuicios, como los que diversos estudios han identificado sobre la salud mental de la población: mayores tasas de ansiedad, estrés y dependencia digital, al nivel de otras adicciones, son algunos de los problemas asociados al estado “online” 24/7.
“Efectivamente, dispositivos como los smartphones, que cuentan con un montón de funciones, en muchas ocasiones ofrecen altos montos de información que uno no alcanza a procesar o siquiera filtrar del todo”, explica Joan Black, psicóloga clínica y psicoanalista en formación del ICHPA. “Esta sensación genera una hiperalerta, una necesidad de responder a esa cantidad de estímulos, y eso es imposible”.
En Estados Unidos y en algunos países de Europa, las consecuencias de la hiperconectividad están generando ciertas reacciones en la gente. Una de ellas es el “detox digital”.
Se trata de una medida que apunta a abstenerse por un tiempo del uso de dispositivos electrónicos, como teléfonos inteligentes, de manera de desintoxicarse de los estímulos generados por las pantallas y reconectar con la presencialidad.
Un estudio reciente de la consultora internacional Counterpoint Research sostiene que los teléfonos móviles básicos —aquellos sin conexión a internet y que dominaban el mercado a comienzo de milenio—, denominados hoy como teléfonos tontos o dumbphones, han resurgido en el mercado estadounidense.
Se debe a la tendencia de la Generación Z y los millenials por una desintoxicación digital, que disminuya así los problemas de salud mental provocados por la adicción a los smartphones y las redes sociales. De hecho, para 2023 se proyectaba la venta de 2,8 millones de este tipo de dispositivos en Estados Unidos.
El resurgir de los viejos celulares no sorprende a los expertos en tecnología. “Optar por un dumbphone simboliza un retorno a lo esencial y lo simple. Personas que se ven saturadas por incesantes notificaciones encuentran en estos dispositivos una forma de limitar esta avalancha de datos y reconectar con el momento presente”, asegura Claudio Escobar, MBE y académico de la Facultad de Economía y Negocios de la U. Alberto Hurtado.
Nicolás Silva, director de tecnología de Asimov Consultores, coincide con Escobar y sostiene que el paso del “smart” al “dumbphone” es un “movimiento hacia la simplicidad tecnológica”, que “refleja una búsqueda de bienestar y equilibrio en un mundo cada vez más conectado”. Esta regresión, dice, “permite a las personas desconectarse de la sobrecarga digital y llevar un estilo de vida más tranquilo y enfocado, restringiendo el uso a funciones básicas de comunicación”.
Pero por más beneficios que pueda tener esta medida, los riesgos también pueden ser altos, sobre todo considerando que “el mundo” se ha adaptado a la hiperconectividad. “Un dumbphone podría limitar significativamente el acceso a herramientas y plataformas esenciales para las actividades diarias de hoy, lo que podría ser contraproducente para quienes dependen de estas para su día a día”, advierte Silva.
En este contexto, volver al viejo celular sin pantalla touch se entiende como una medida radical. Más aún cuando existen opciones para configurar los smartphones —tanto iOS como Android— para que se asemejen a un teléfono móvil básico, limitando notificaciones y acceso a aplicaciones disruptivas. “Puede ser más beneficioso que optar por un dispositivo con funcionalidades limitadas”, sostiene Silva.
De acuerdo a los expertos, esta es una de las principales ventajas de los dumbphones. “Están diseñados para realizar funciones básicas, como llamar y enviar mensajes de texto, lo que reduce significativamente las distracciones y complejidades asociadas con las apps de los smartphones”, dice Nicolás Silva.
A ello se suman interfaces más intuitivas, menús simplificados y botones físicos, características que, según Claudio Escobar, hace de los dumbphones una herramienta “útil, accesible y particularmente atractivos para personas que no necesitan las funciones avanzadas de los teléfonos inteligentes”, como podrían ser grupos de adultos mayores.
En este punto, los celulares antiguos son notablemente superiores a los teléfonos inteligentes. “Debido a que carecen de aplicaciones demandantes y pantallas de alta resolución, estos dispositivos pueden funcionar durante días, o incluso semanas con una sola carga, en contraste con la necesidad de cargar diariamente los smartphones”, expone Claudio Escobar.
“Esta característica los hace especialmente útiles en situaciones donde el acceso a la carga es limitado o para personas que valoran la confiabilidad y autonomía por encima de la conectividad constante”, agrega Silva.
La durabilidad de la batería del dumbphone no sólo es superior en cuanto a la frecuencia de recarga que requiere, sino también en lo que respecta a la vida útil de ésta.
En 2021, Nokia celebró los 20 años de su modelo más popular, el 6310 —que fue furor a principios de siglo— con el lanzamiento de una versión actualizada. Rápidamente se convirtió en un meme por su asombrosa resistencia a los golpes, lo que le valió la comparación con un ladrillo.
Esta es una característica común en los dumbphones, sobre todo al compararlos con los teléfonos inteligentes. “Son menos propensos a daños por caídas o golpes, lo que los hace ideales para ambientes de trabajo exigentes o para usuarios que prefieren un dispositivo más robusto”, asegura Escobar.
Este es un punto que genera algo de debate. Por un lado, Escobar dice que al no almacenar grandes volúmenes de datos ni poseer aplicaciones que recopilen información, los dumbphones “disminuyen los riesgos de accesos no autorizados a datos personales”.
Sin embargo, Silva estima que estos sí presentan un mayor riesgo en términos de seguridad, ya que carecen de medidas avanzadas como la encriptación, autenticación biométrica, y la capacidad de rastrear y bloquear el dispositivo a distancia, “lo que podría poner en riesgo la información personal y la seguridad del usuario en caso de pérdida o robo del dispositivo”.
En términos de costos, “tanto la inversión inicial como los gastos de mantenimiento y reparación son considerablemente menores en comparación con los smartphones”, apunta Escobar. Mientras el iPhone 15 supera el millón de pesos, el Nokia 6310 (versión 2021) bordea los 60 mil, y el Alcatel One Touch ni siquiera llega a los 15 mil.
“Esto no solo los hace más accesibles para un público más amplio, sino también una opción económica para quienes buscan un segundo teléfono”, agrega el académico. Aunque encontrar estos dispositivos nuevos, sin fallas ni demasiado uso, puede no ser una tarea tan sencilla en el mercado local.
Está claro: si el objetivo es salir de la hiperconectividad, el dumbphone lo cumple con creces. Tanto así que el nivel de desconexión puede terminar siendo un problema.
Si bien muchos modelos actuales de las marcas mencionadas cuentan con tecnología 3G y 4G, los antiguos, de segunda mano —más sencillos de conseguir que los modernos— pueden no ser capaces de operar en estas redes. “Esto puede limitar significativamente su funcionalidad en áreas donde las redes más antiguas, como 2G o 3G, están siendo apagadas o tienen cobertura limitada”, advierte Claudio Escobar.
Por ello, agrega el académico, “es importante sopesar las ventajas contra las posibles limitaciones que podrían afectar el desempeño profesional o social, especialmente en entornos donde la conectividad y el acceso inmediato a la información son críticos”.
Nicolás Silva dice que la limitada o nula conectividad a internet es una gran desventaja de los dumbphones. “Esto no solo afecta la capacidad para navegar o usar aplicaciones en línea, sino que también puede ser un obstáculo considerable en entornos profesionales donde el acceso rápido a correos electrónicos, documentos en la nube y herramientas de trabajo colaborativo es esencial”.
También se ve limitado el acceso a herramientas que permiten la gestión de trámites en línea, algo que se ha convertido en estándar para bancos, comercios, servicios públicos y otras instituciones. “Esto podría llevar a una mayor inversión de tiempo y esfuerzo en tareas que, con un smartphone, se podrían realizar de manera rápida y segura desde cualquier lugar”, remarca Silva.
Este nivel de desconexión puede, además, llevar al aislamiento. “Aunque quiera, no podré conectarme a WhatsApp ni a las redes sociales. El teléfono, entonces, pasa a ser un medio casi solo de comunicación oral y para momentos específicos. Esto podría desconectarme de quienes solo usan medios digitales para comunicarse”, afirma Iván Llanos, académico de la Escuela de Ingeniería en Ciberseguridad de la Universidad de las Américas (UDLA).
Por otro lado, dada la falta de repuestos para muchos modelos que han dejado de fabricarse, contar con servicio técnico puede volverse también todo un desafío, tanto para el reloj como el bolsillo.
Dados los antecedentes, la decisión de volver a un dumbphone para salir de la hiperconectividad puede ser buena o mala idea dependiendo de cada persona. Como dice Joan Black, dar el paso “podría dar alivio frente a la hiperconectividad, a los hiperestímulos y la hiperinformación”. Pero en algún momento habrá que hacerse la pregunta: ¿por qué llegamos a este punto?
Fuente: La Tercera