Innovar artísticamente es complicado, pero Erasmo Figueroa lo supo hacer de la mano de la tecnología de impresión 3D. El trayecto para cimentar la consolidación ha sido largo, aunque no tan extenso como se propuso en un plan de vida que armó hace más de 20 años y que lo hizo estudiar en tres oportunidades Licenciatura en Arte. Paradójicamente, la crisis sanitaria le cerró las puertas para complementar su trabajo como pintor con otras fuentes de ingreso, pero la misma pandemia fue generosa al acelerar su proyecto personal y darle la oportunidad de explorar el nicho con el cual actualmente tiene el respaldo económico para arrendar un taller y sostenerse exclusivamente del arte: sus cuadros llamados “caprichos” pueden costar entre 90.000 y 2.000.000 de pesos.
A sus cuarenta años, se emociona al borde de las lágrimas al recordarlo. Lo primero que Erasmo Figueroa hizo cuando creó su primer capricho -hace más de una década- fue llamar a su amigo Benjamín Donoso, a quien conoció mientras estudiaba Licenciatura en Artes en la Universidad de Playa Ancha, en Valparaíso.
— Hueón, deja eso, retómalo mañana y anda a bañarte— le aconsejó Benjamín a Erasmo en parte de la conversación que sostuvieron por teléfono.
Figueroa llevaba 10 días encerrado en un taller, su idea era crear una pintura solemne. La obsesión por innovar fue tanta, que dejó de bañarse para enfocarse de lleno en el proceso. Incluso -los últimos días- comenzó a orinar en un tarro que mantuvo cerca de la tela en la que trabajó: no quería desperdiciar el más mínimo de los segundos.
“Yo ya venía meditando esta lógica constructiva de la superposición de capas de pintura. Hacía unos cuadros en los que agarraba la pintura, la batía con batidora, la metía en una manga y la chorreaba sobre los cuadros. Se generaban unas costras y las cortaba con sierra eléctrica, con un cuchillo, eran una masacre sobre los cuadros, y salía una cuestión toda tajeada”, explica sobre su primer capricho a The Clinic.
La obra artística que Erasmo visualizó en su mente y materializó -durante 10 días-, participó en una exposición para la asignatura “Ramo de Campo”, impartida por Pablo Langlois, hijo del fallecido Juan Pablo Langlois, destacado arquitecto y artista visual nacional.
Cuando su profesor miró su creación en la exposición ante sus demás compañeros, no lo pensó más de tres segundos. El docente volteó y le comentó a Figueroa: “Ganaste“. Langlois volvió a ver la pintura y nuevamente se dirigió a Figueroa: “Este es un trabajo finoli”. “Después me puso un 6.5, yo creo que para bajarme los humos”, recuerda Figueroa entre carcajadas, aunque admite que estaba mal enmarcado.
No obstante -y en realidad- lo que Langlois vio en aquella obra no fue la calidad de la misma, sino el futuro del concepto que su estudiante logró crear. “Esto no está bueno, o sea, está bueno. Pero lo que puede llegar a ser es lo bueno. Con esto vas a tener para toda la vida”, le proyectó Pablo Langlois.
Esa es la historia de su primer “capricho” artístico, pero no del primer capricho de su vida. Es parte de un minucioso plan que tejió al salir del colegio y que -tras 20 años- lo llevó a posicionarse como un artista que vive de su arte. “Yo creo que uno se puede reconocer como artista cuando los demás comienzan a reconocer tu arte”, dice.
La impresión de cuadros en 3D que hace en pleno 2022, es una mutación creativa -forzada por la pandemia- de las pinturas que comenzó a crear mientras estudiaba en la ARCIS. Hoy, estas obras empiezan a consolidar a Erasmo Figueroa como artista visual en el país.
El caprichoso plan de Erasmo
Erasmo estudió en tres ocasiones Licenciatura en Artes. La primera vez fue hace 21 años, en la Universidad de Playa Ancha, pero desertó por motivos familiares. Años más tarde, volvió a la misma institución de educación superior, partió desde cero y con la idea de no pagar más que la matrícula inicial.
Figueroa, aprendió durante su primera experiencia en Valparaíso que nadie le podía negar estar en las aulas y presenciar las clases. Además, su excelente desempeño académico le permitió ser ayudante de algunos profesores y -por el mismo motivo- pudo sostener su situación irregular por tres años. “Eso fue planificado”, dice.
“No hay campo laboral para los artistas, yo creo que estudiar cuatro años la carrera no era la solución, formarse como artista lo era todo. Y esos años en que estaba de colado no había plata para nada más que arrendarse una pieza. Yo comía de las sobras del casino, con varios compañeros. Éramos toda una comunidad que estaba en eso”, recuerda sobre su etapa en Valparaíso.
“Un día me vine a exponer acá a Santiago, en el Café de Las Artes que está en Monjitas. Fue mi primera exposición donde estuvieron los pre-caprichos, que eran unas pinturas táctiles”. En aquella ocasión asistió una agrupación de ciegos, que disfrutó de los relieves de sus obras. “Mi obra siempre ha sido táctil, esa cosa que hay en el museo que no se puede tocar la obra, yo no la concibo”, comenta.
En en Café de Las Artes, la asociación no vidente se enteró de la irregularidad de Erasmo en la UPLA y ahí le consiguieron un cupo para estudiar en la Universidad ARCIS. “En menos de cinco días tuve que decidir si dejar todo tirado en Valparaíso y empezar acá. Me preguntaron si quería terminar el último año y dije que no, quería empezar la carrera desde cero”. De ese modo -y tras cuatro años- Erasmo tuvo el “privilegio” de estar entre las últimas generaciones que egresaron de la UARCIS.
Figueroa no recuerda con precisión si egresó a los 32 o 33 años, pero sabe que su vasta trayectoria académica le permitió -en parte- formarse como artista. “Más que considerarlo, yo creo que es la forma correcta”, dice cuando The Clinic le pregunta si estar tantos años en la universidad lo ayudó a desarrollarse.
“En primer año de universidad sabía que estos cuatro años no me iban a servir para las ambiciones que tenía, y también entendí que era un proyecto a largo plazo. O sea, sabía que esto iba a tomar unas cuantas décadas y lo planifiqué”, indica.
Impresora en tres dimensiones
Antes de la pandemia estuvo tres años trabajando como Uber Eats y siempre alternó el trabajo de pintor con otros empleos como profesor de artes, fotógrafo, garzón, entre otros. Necesitaba hacerlo. Las pinturas se vendían con un ritmo estimado de una al mes.
Con la cuarentena y las restricciones, se vio obligado a buscar otras fuentes de trabajo. Ahí fue cuando un amigo le recomendó hacer figuras con impresoras 3D. Así, compró una máquina de este tipo y comenzó a hacer diseños para maceteros o estatuillas a pedido.
“Las impresoras ya las cachaba, pero pensaba que era algo inalcanzable, no sabía cómo llegar a una. Investigué y caché que con 500 lucas de inversión inicial podía comprarme una máquina y materiales para trabajarlos. Adquirí esa máquina, que no es la más económica, ni tampoco la más cara. Investigué y era buena máquina para empezar“.
La misma obsesión que lo llevó a centrarse durante 10 días en aquel taller donde creó su primer capricho, tuvo responsabilidad para que Erasmo Figueroa aprendiera a hacer los diseños computacionales en tres dimensiones que requiere la impresora.
Aprendió a usar la máquina en una semana, a punta de tutoriales en YouTube y la información disponible en Internet. “La curva de aprendizaje en la impresión 3D es de seis meses a un año. Yo a los tres meses tenía resultados por sobre la media y al mes ya tenía la máquina trabajando full”.
La consolidación en el rubro fue rápida:, incluso, estuvo encargado de dirigir el proyecto que presentó a los caídos de La Casa de Papel en las afueras de la Estación Mapocho durante septiembre de 2021. Actualmente trabaja en una estatua de Oliver Atom de Los Supercampeones, a escala humana.
El material que utiliza para lograr las estatuas y sus caprichos se llama ácido poliláctico, un polímero de origen vegetal que nace de la fermentación del maíz. “Un polímero de última generación. Se podría decir que es tecnología renovable”, dice Erasmo.
“Se caracteriza por tener un punto de fusión bajo a los 60 grados, comienza su transición con 180 grados, lo puedes fundir y modelar. Es bastante maleable y plástico desde esa perspectiva, produce una facilidad de trabajo. También permite una variedad pigmentaria súper amplia, o sea, la cantidad de colores es como comprar tubos de óleo”, continúa su explicación sobre el ácido poliláctico, material resistente y bastante popular para la impresión 3D.
Así fue cómo Erasmo conoció la tecnología que cambió su arte.
La evolución de los caprichos
El negocio de las figuras en 3D creció rápido, así que en algunos meses ya tenía cuatro máquinas. Pero un día, mientras observaba la impresión, entendió que el funcionamiento era similar a la forma en la que él mismo hace arte. “Es un robot al que se le da una orden con un archivo y luego lo ejecuta”, explica.
Esta concepción le resultó homóloga a la visualización de las pinturas que Erasmo tiene en su cabeza y luego materializa. Además, asimiló el derretimiento del ácido poliláctico que da forma a sus figuras con la pintura encáustica, una técnica que utiliza cera de vela fundida. “Ahí apareció la idea de hacer un cuadro”.
A pesar que el ingreso no es fijo, explica que de ahí en adelante ha vendido lo suficiente para mantenerse. Gracias a su arte arrendó un taller en Providencia e incluso contrató a una ayudante.
“Cualquier individuo que quiera adquirir una obra de arte”, responde cuando se le pregunta quiénes compran su arte visual. “No es un mercado cerrado a las personas con poder adquisitivo. Claro, hay que ser honesto, las personas con poder adquisitivo te compran más”, reflexiona.
“Yo he conocido individuos que me dicen: ‘te sigo hace años y ahora me puedo dar el gusto de comprarte en cuotas’, y te lo compran en cuotas y no te regatean, pero los que tienen más poder adquisitivo te regatean y te lloran más”, explica sobre sus compradores.
Erasmo Figueroa sabe que vivir del arte es complicado, que no tiene el aprecio colectivo que debería tener. En el fondo, reflexiona, el arte es para las clases altas: “Ellos ven el arte como un negocio, es lo único que con el tiempo -en vez de devaluarse- aumenta su valor”, dice. “Imagínate la gente que le compró a Cienfuegos cuando recién comenzó, o los que apoyaron a Matta al principio”, ejemplifica.
Han pasado más de 20 años, y atrás quedan los conflictos personales que provocó su decisión de ser artista y su estilo de vida universitario: “la familia sufre cuando te ven entrar a la misma carrera por tercera vez, fue difícil”. Ahora, comienza a saborear el éxito cinco años antes de lo que presupuestó en su plan a largo plazo. Eso sí, el proceso creativo trae más frustración que otras sensaciones.
“Cuando entras a esta máquina de mercado, tienes que responderles a los clientes, a las galerías, la exposición y todo. Lo único que te queda es repetir el plato, repetir el plato, repetir el plato”.
La inspiración de Erasmo llega en aislamiento, como cuando creó el primer pre capricho para la clase de Pablo Langlois, pero también sabe que la sensación de crear algo nuevo es efímera. “Llega un momento donde te aburres de repetir el plato y quieres de nuevo tener esa sensación y ahí te encierras”, dice.
“Yo soy el caprichoso que le da a esto duro. Yo soy el caprichoso que elige estudiar la carrera una y otra vez. Así mismo, la obra se revela ante ti y caprichosamente te muestra un nuevo modelo. Es como cuando se mezcla pintura al agua con pintura al aceite, la materia en sí tiene resultados caprichosos. Sentía que esta idea de capricho estaba por todos lados”, concluye Erasmo Figueroa, sobre él y su arte.
Fuente: The Clinic