Es decir, aunque su legado siempre ha convivido a la sombra y el magnetismo de los gigantes del género, desde Pearl Jam y Nirvana a Alice in Chains o Soundgarden, lo del martes por la noche fue una reivindicación sonora y emocional de que STP no solo fue parte de esa era, también fue una de sus voces más peculiares.
Esa sin duda es una idea que sus fans tienen muy en cuenta, pero el resto también debe abrazarlo, ya que aquello se forjó gracias a su identidad melódica. Algo que está marcado por una base rítmica sólida y una fusión de estilos que logró equilibrar la crudeza emocional del grunge, la elegancia del rock clásico y la inquietud expresiva del rock alternativo.
Parte crucial de esa voz en cuestión, claro, fue la de Scott Weiland, un frontman cuya presencia escénica era casi tan esencial como su timbre. Y tras su muerte, la ausencia se sintió aún más aguda con el fugaz paso de una figura tan connotada como Chester Bennington, cuya impronta fue potente más allá de ser breve.
En ese contexto, la figura de Jeff Gutt, su actual vocalista, no solo carga con el peso de reclamar espacio ante el vacío que dejaron dos íconos, pues también debe mantener vivo un repertorio que exige carisma, arrojo y un compromiso casi teatral con el público. Y Gutt cumplió. Con creces.

Más allá de su solvencia vocal, que le permite apropiarse de temas tan populares como Interstate Love Song, hay que destacar que fue su desplante escénico es lo que marcó la diferencia.
Mal que mal en el rock, y especialmente en el grunge, no basta con cantar: hay que habitar la canción, arrastrarse en sus letras, retorcerse en paralelo a sus guitarras. Básicamente, provocarse y provocar.
Y Gutt, con un caminar casi de tigre de circo curtido y mirada encendida, lo hizo. No imitó ni reemplazó, pues se apropió del espacio sin negar el pasado. Y eso es algo no menor considerando que los días más brillantes de STP están en los viejos calendarios.
Por eso basta decir que desde el arranque con Unglued hasta el cierre explosivo con Sex Type Thing, los músicos convocaron el trance de los presentes y el público se entregó por completo.
Hubo saltos, brazos en alto y empujones para quedar lo más adelante posible, lo que comprobé en donde las papas queman, ya que no sé cómo de un momento a otro quedé casi en la reja. También debo notar que ahí hubo gritos desaforados al por mayor, mientras buena parte del público coreaba cada frase, cada segmento de las canciones en ebullición. Eso solo reforzó el buen ambiente de la jornada. La comunión.
En todo ese entorno, los puntos más altos llegaron, naturalmente, con los clásicos como Vasoline o Big Bang Baby y por supuesto, ese tándem de Plush e Interstate Love Song, el cual desató emociones ensordecedoras. Mención aparte también debe hacerse para Still Remains, dedicada a Weiland, tiñendo de nostalgia el ambiente sin romper su intensidad.

Ante todo lo anterior, el encore trajo el golpe final con Piece of Pie y Sex Type Thing, donde la energía alcanzó niveles que solo se explican cuando banda y audiencia entran en una misma frecuencia.
Y fue entonces, con el último riff resonando y la gente en trance, que Gutt se lanzó hacia el público, como quien se entrega a una ola salvaje, confiando en que lo sostendrán. Y así lo hicieron.
Porque eso último explicó muy bien lo fue este recital: un acto de confianza entre quienes hacen del rock una fe compartida.
En ese instante suspendido en el aire, mientras su vocalista flotaba sobre los brazos extendidos del público, Stone Temple Pilots transmitió la idea que no es solo una reliquia de un pasado glorioso, sino una banda que aún puede encender la mecha. Que aún hoy puede dar con una llama viva.
Fuente: La Cuarta