Sergio Hernández: “Nosotros los actores trabajamos hasta el último día y yo me cuido para eso”

“Fantasmagórica, virtual”. Así describe Sergio Hernández (1945) su participación en la obra “Fragmentos”, del dramaturgo sueco Lars Norén, que por estos días lo tiene de vuelta en las tablas luego de interpretar a Stalin el año pasado. El actor asume ahora el papel de un hombre que después de muerto vuelve para saldar cuentas pendientes con uno de sus hijos y consigo mismo. Un rol complejo y exigente que, según cuenta, lo atrajo por distintas razones desde la primera lectura del texto.

Se trata, además, de un regreso al escenario completamente distinto a cualquier otro en su carrera: es la primera vez que el intérprete de 78 años –y protagonista de exitosas teleseries como “Iorana” y “Romané”, de TVN, y de películas como “Gloria” (2013)– decide estar fuera del rito presencial del teatro y actuar sus escenas frente a una cámara. Las grabó un mes atrás, durante su última visita a Santiago, en un improvisado estudio que el director Marcos Guzmán y su equipo montaron en el Teatro La Memoria, en el barrio Bellavista.

La obra protagonizada por Francisca Márquez, Guilherme Sepúlveda, Verónica Medel y Luciano Reinoso cuenta la historia de una taxista y otros personajes outsider que habitan en los surcos más oscuros de la ciudad y de sus propias existencias. Un drama inquietante que saca a la luz algunas de las principales fracturas de la sociedad contemporánea.

Hernández aparece proyectado en la pantalla, fundamentalmente en una sola gran escena, en la que el padre muerto sostiene una postergada conversación con su hijo.

“No estar presencialmente en el escenario se siente distinto, aunque no menos desafiante”, dice Sergio Hernández por videollamada desde su casa en el pueblo de El Calvario, en la comuna de San Ignacio, en la precordillera de Ñuble.

“Yo tenía dos opciones: ensayar y tener funciones allá en Santiago durante todo el mes de abril, y la otra, que me pareció sumamente interesante, era grabar mi parte y hacer una aparición audiovisual en la obra. Obviamente, me quedé con esta última. Yo he trabajado en más de 50 películas a lo largo de mi carrera, pero nunca antes había actuado frente a cámara para el teatro, y la experiencia ha sido muy interesante”.

–¿Qué le atrajo en particular de esta obra?

–La obra presenta varios fragmentos que dibujan la totalidad de un mundo bastante violento, como hoy lo estamos viendo. Y no solamente en nuestro país, que hablamos tanto de la delincuencia. Ahora mismo hay en todo el mundo, en general, una desintegración que se manifiesta a través de relaciones sumamente violentas, dolorosas, frías, y en esta obra eso está exacerbado de una manera hiperrealista, que lo hace todo más brutal. Puede hacerte reír y hacerte daño por lo explícito y cruel que llega a ser el texto, y además nos hace preguntarnos hacia dónde vamos como seres humanos. Eso la hace enormemente vigente.

El actor ahonda un poco más en su personaje: “Es un tipo mayor y que en vida fue un maltratador, un alcohólico, un padre que abandonó a su familia y que ahora tiene un encuentro post mortem con su hijo. Este hombre nunca supo pedir perdón”, cuenta.

“Él vivía en unos edificios de puro cemento, y en su patiecito interior tenía una pequeña huerta. Lo más importante en su vida eran esas plantas, cosa que se da muchísimo hoy en día: muchos padres que tienen dificultades para expresar el cariño que necesitan sus hijos, se refugian en sus plantas o en el alcohol. Por desgracia, el hijo sigue varios de los caminos del padre. Es su repetición, de algún modo, esa es la tragedia que se cuenta en la obra”.

Por insólito que parezca, Sergio Hernández aún no logra ver el montaje. Y cree que tampoco alcanzará a hacerlo en sus últimas funciones, que culminan este domingo 21 en Matucana 100. “Espero acceder en algún momento al registro de la obra, porque dudo que llegue hasta acá. Acá no llega nada”, dice.

Un pequeño paraíso

Estaban a punto de volver a Santiago de sus vacaciones en el sur, cuando a fines de febrero de 2020 se decretó el inicio de la pandemia y del confinamiento en todo el país. Sergio Hernández y su esposa, Irma Lagos, tomaron rápidamente la decisión de permanecer en la parcela que habían comprado cinco años antes en la misma zona de El Calvario, ubicada a unos 50 kilómetros de Chillán. “Un pueblo detenido en el tiempo”, dice ahora el actor.

“Estábamos viviendo en Santiago y trabajando acá cada vez que veníamos desde el 2015, desmalezando, plantando, construyendo de a poquito. En diciembre del 2019 nos vinimos para seguir en todo eso y pensábamos volver en marzo a trabajar. Ahí vino la pandemia y no nos movimos más de aquí”, recuerda Sergio Hernández.

“En este pueblo vive muy poca gente. Mucho viejo que se la pasa en la puerta de su casa todo el día, mañana y tarde, como en España. Este lugar tiene mucho de esa España antigua”.

Su terreno es amplio, de por lo menos unos 70 metros de profundidad. Allí, el intérprete y su mujer construyeron una cabaña que con el tiempo se fue ampliando hasta convertirse en su casa. Luego, levantaron otra similar unos cuantos metros más allá, para las visitas. Un riachuelo cruza entre los eucaliptos, quillayes y nogales y árboles frutales que crecen alrededor, junto a la huerta, las hierbas, suculentas y flores que salpican de colores el jardín. Sergio Hernández lo llama su pequeño paraíso.

Nos hemos sacado la cresta para construir este lugar. Nosotros plantamos todo lo que ha crecido acá; los nogales, que ya están dando, afortunadamente, las peras, los membrillos. Vamos a los huertos y sacamos un tomate y lo comemos como fruta. Cosechamos tomates cherry a cantidades industriales, melones, zapallos italianos, choclo para comer con mantequilla. El cielo aquí es muy azul, el aire es puro y la lluvia renueva todo. Acá es pura vida. No podría haber imaginado algo mejor para esta etapa, le apuntamos a quedarnos acá y solamente ir a Santiago cuando haya que trabajar o por algo muy particular”, dice el actor.

El intérprete ha cultivado un estilo de vida más austero y en contacto con la naturaleza. Duerme hasta tarde, come dos veces al día –un desayuno a eso del mediodía, y una cena al caer la noche–, y el resto del tiempo se lo pasa trabajando en la parcela. Siempre hay cosas que hacer: cosechar verduras y frutas, desmalezar la tierra, podar y regar.

Pero el actor encuentra también el tiempo para atender otras inquietudes: lee y escribe a ratos, y además fabrica diversas piezas de cerámica en greda, empleando una técnica coreana llamada Raku, que aprendió durante sus años en Europa. Las hace a mano y salen del horno que él mismo construyó a metros de su casa.

“El hecho de vivir acá y tener este contacto con la naturaleza me facilita mucho el estar sano, sobre todo mentalmente, y la mente es muy determinante. Ya estoy cerca de los 80 años y, afortunadamente, estoy bien de salud. Tengo artrosis y me duele el cuerpo cuando está cambiando el clima, pero me tomo todas las pastillitas que hay que tomar y hago todo lo que hay que hacer para mantenerme en buena forma. Y lo estoy, puedo salir a trabajar, eso es vital. Nosotros los actores trabajamos hasta el último día, y yo me cuido para eso”.

–¿Se apestó de la vida en Santiago?

–Yo estaba súper apestado. Tú caminas por Santiago y el enojo de las personas es sorprendente. Andan todos enojados. Te encuentras con una carga de violencia en la calle o donde vayas que es tremenda. Hay mucha rabia y es comprensible, porque perdimos todo. Se ha perdido demasiado en este país. Se intentó que las cosas fueran mejor y que cambiaran, que se hiciera justicia en el amplio sentido de la palabra: social, económica, cultural, pero esa justicia nunca llegó. Eso de que Chile es la casa de todos es una gran mentira. Yo me siento muy afortunado por toda esta naturaleza que tengo ahora en frente, pero me apena saber que en las grandes ciudades no se vive bien para nada.

El intérprete nacido en Arica partió su carrera en la actuación a fines de la década de los 60, en el teatro. Más tarde, en los 80, llegó a la televisión y desde entonces se le conoce por emblemáticas teleseries como “Matilde dedos verdes”(Canal 13), y más tarde por producciones clásicas de TVN, como “Iorana”, “Aquelarre”, “Romané” y “Pampa ilusión”.

La última teleserie en la que actuó fue “La reina de Franklin” (2018), de Canal 13, donde reapareció en 2022 como parte del elenco de la premiada serie “Cromosoma 21”.

–¿Le ha costado encontrar trabajo viviendo tan alejado de la ciudad y del centro?

–Desde el punto de vista humano y familiar, ha sido maravilloso estar aquí con Irma y con el Morocho, nuestro perrito, y los gatitos. Eso ha sido absolutamente maravilloso. Pero, desde el punto de vista profesional, ha sido ahí no más. Muy pobre. Yo trabajo de vez en cuando. A veces me toca ir a Santiago, días atrás estuve grabando en Concepción, pero desde aquí no puedo hacer nada. Cero posibilidad. Tampoco pude volver a hacer teleseries.

La descentralización en Chile no existe, es puro discurso. Hay algunos esfuerzos que se hacen en Chillán por hacer ciertas cosas, pero si uno quiere trabajar tiene que ir a Santiago y a veces se me hace difícil. Cuando me llaman para algo, inmediatamente prefiero decir que vivo acá y ver qué dicen. La mayoría de las veces no les sirvo.

–¿Ha sido difícil para usted renunciar al ritmo de trabajo que llevaba?

–Ciertamente, ya no soy el hueón de la tele, como le decían a uno en la calle, pero sí he tenido la ocasión de trabajar en series y películas que me toman poco tiempo. Y, fíjate, pienso que está bien. No me siento para nada olvidado, tampoco me quita el sueño seguir vigente. En general, los actores se muestran en fotos comiendo o de vacaciones, como diciendo: “¡Sigo aquí!”. Eso me parece un poco vergonzoso y denigrante. Yo no lo haría nunca. Después de haber hecho más de 50 películas y otras tantas obras de teatro, de haber formado a tanta gente, tanto acá, como fuera de Chile, de haber abierto la Escuela de Teatro de la Universidad Arcis, no voy a gritarle así al mundo que me pesquen. Yo estoy tranquilo así como estoy.

El año pasado, Sergio Hernández estuvo casi exclusivamente dedicado al proceso de montaje de la obra “Stalin”, de Marco Antonio De la Parra, que debutó en agosto de 2023 en el Teatro Finis Terrae bajo la dirección de Jesús Urqueta. Sin embargo, el trabajo de lectura, adaptación y memorización del texto lo mantuvo ocupado desde enero en adelante.

“El texto original era gigantesco y lo cortamos con el director, pero aún así era larguísimo. Mucha gente me decía: ¡cómo pudiste aprenderte todo eso!”, cuenta.

“Stalin” tuvo una primera temporada de un mes y medio de funciones y regresó a cartelera meses después, en enero pasado, en el marco del Festival Teatro a Mil. Desde entonces, no ha vuelto a remontarse y no cree que eso suceda. El actor tiene sus reclamos al respecto.

“Pudiendo ser una obra tan interesante para llevarla y presentarla en distintos lugares, no existe ningún interés, ¡ninguno!, por moverla en ninguna parte, ni de parte de los productores del teatro ni de la productora que trabaja con el director”, alega.

Sergio Hernández lo compara con otro caso puntual y que conoce de cerca. En mayo próximo, el actor viajará a Santiago para las nuevas funciones de “Gladys”, en el Teatro Municipal de Las Condes y el de Viña del Mar. Escrita y dirigida por Elisa Zulueta, la exitosa obra protagonizada por Antonia Santa María y Catalina Saavedra ha estado presentándose en distintas salas y ciudades del país desde su estreno en 2011.

“Después de todos estos años, seguimos haciendo esa obra que habla sobre la discriminación a las personas distintas, en este caso con Asperger. La obra es tremendamente incisiva, con una familia bastante disfuncional y muchas discusiones pendientes. Tiene mucho humor también, pero de ese humor que te deja la risa y la carcajada que duele. Ahí hay un buen caso de cómo una obra puede sobrevivir al tiempo, porque hay una productora, la Antonia, en este caso, que se ha encargado de que la obra siga presentándose”, asegura.

Y agrega: “Me hubiese encantado ser pintor, escritor o músico, para no depender de nadie. Pero me convertí en actor y eso es lo que tiene el teatro: es colectivo”.

Punto de fuga

Semanas antes del Golpe de Estado de 1973, Sergio Hernández estaba ensayando un montaje familiar titulado “Historia de un barquito”, en el anfiteatro del Museo Nacional de Bellas Artes. Era una creación colectiva junto a un grupo de artistas y titiriteros brasileños que pretendían llevar a zonas de escasos recursos y que contaba, con poquísimos elementos, la travesía de un barco que cruzaba la selva en compañía de un grupo de animales. Al llegar al mar, el carismático protagonista se encontraba con un trasatlántico prepotente y despectivo.

El actor tenía 29 años en ese entonces. Acababa de separarse de su primera esposa, la también actriz Ana María Puga, con quien tuvo a Rodrigo, el primero de sus cuatro hijos. Hernández solía llevar su característico pelo largo, al igual que la barba, y su nombre resonaba en la escena de la época fundamentalmente por su actuación en la obra “Fulgor y muerte de Joaquín Murieta”, de Pablo Neruda, estrenada en 1968.

Ese martes 11 de septiembre, tenían agendado un ensayo a la hora de siempre, en el mismo espacio frente al Parque Forestal, pero el curso de los hechos replanteó todo, recuerda el actor. A solo cuadras del anfiteatro, fue desalojada la casa donde se encontraba el grupo de artistas de Brasil, en la calle Antonia López de Bello. Algunos de ellos fueron detenidos por militares y no volvió a verlos.

“El grupo se desarmó inmediatamente. Poco después, yo me corté el pelo, me saqué la barba, me puse corbata y salí a la calle como si fuera un señor muy correcto. Me oculté así durante un buen tiempo, incluso intentamos hacer una película con un director, que finalmente no resultó. Vendí la Citroneta que tenía, con eso pude pagar un viaje en barco y en diciembre del 73’ partí rumbo a Europa. Estuve casi 14 años fuera”, cuenta el actor.

Sergio Hernández desembarcó a las pocas semanas en París, donde se estableció durante los primeros meses. Trabajó como repartidor de partituras musicales y de pintor de brocha gorda, hasta que en 1974 Raúl Ruiz lo convocó para protagonizar su película “Diálogos de exiliados”, estrenada un año más tarde, y uno de los títulos fundamentales del cine chileno producido fuera del país durante la dictadura.

Fue durante ese mismo periodo que el actor supo del asesinato de Ana María Puga y de su pareja, el cientista político Alejandro De la Barra, miembro del comité central del MIR. El matrimonio fue emboscado por agentes de la DINA cuando se dirigían a buscar a su hijo a la salida del jardín infantil, en calle Pedro de Valdivia con Andacollo.

“Fue atroz, tremendo”, recuerda Hernández.

“Poco antes de que esto ocurriera, Ana María había enviado a Rodrigo a Europa. Yo ya estaba viviendo allá. Tuve muchos problemas al comienzo con él y una prima me ayudó y lo tuvo durante unos meses. Yo estaba con mis otros dos hijos en una piecita con cuatro camas. Ahí llegó Rodrigo después y estuvimos los cuatro. No fue fácil. Rodrigo tomó la determinación de alejarse de todos nosotros y hace muchísimos años que no tiene contacto ni conmigo con nadie. Vive por el norte de Chile, parece. No sé. Es lo más triste que me ha tocado enfrentar”.

Durante sus años en Europa, el actor se formó y colaboró con el teatro El Laboratorio de Jerzy Grotowski, uno de los grandes maestros del siglo XX, y recorrió también países como España, Italia y Yugoslavia a bordo de una Citroneta, en compañía de su madre. Retornó con 41 años a Chile, a fines de 1986.

—¿Qué tan distinto le pareció Chile a su regreso de Europa?

—Había fundamentalmente dos cosas que se habían perdido: la solidaridad y el compromiso. Nadie se comprometía con nada, nadie solidarizaba con nadie, se había puesto la gente muy individualista y literalmente había que rascarse cada uno con sus propias uñas. Fue súper difícil hacerme a este país que se había convertido en un gran boliche. En la calle me encontraba con gente que decía ‘estamos hablando’, y nunca más me dirigieron la palabra.

La gente encontró muchas maneras de evitar el contacto y el compromiso. Solo querían seguir en lo suyo, sin importarle nada de los demás. Y no ha cambiado tanto. El medio no solo de los actores, sino artístico en general, es profundamente individualista y demasiado ocupado de sus propios intereses.

La vida hoy vale poquísimo. La pandemia y otros factores políticos influyeron en eso y hoy vemos todo tipo de atrocidades que cometen humanos en contra de otros humanos, atrocidades que siempre han existido, pero hoy podemos y debemos manifestarnos. Yo a diario estoy compartiendo contenido para concientizar a mis más cercanos, en su mayoría actores y compañeros del medio, pero nunca nadie responde.

La experiencia Jung

A poco tiempo de haber llegado de vuelta a Chile, en 1986, Sergio Hernández se instaló junto a su familia en una casa que le habían prestado en Placilla de Peñuelas, en la Quinta Región. Estando allá, un día se encerró en una de las habitaciones, tomó papel y lápiz, y comenzó a escribir uno a uno sus recuerdos desde el más reciente hasta el más lejano.

Llevaba años en ese ejercicio de memoria, cuenta, hasta que decidió unirse a un taller de dramaturgia impartido por Marco Antonio De la Parra, donde dio forma a un proyecto autobiográfico en el que aún sigue trabajando. Dice que ya va en el octavo capítulo y que recién está contando el momento en que se fue de Chile, hacia fines de 1973.

Es impresionante cómo se va abriendo la memoria”, comenta.

“Yo había leído el libro de Carl Gustav Jung (“Recuerdos Sueños Pensamientos”) donde hablaba de esta experiencia que te permite entender muchas cosas de ti mismo. Te permite verte. Es echar afuera todo, todo lo que te pudieras recordar de tu propia existencia. Fue muy importante para mí. Yo venía llegando después de casi 14 años afuera, entonces me ayudó a encontrarme conmigo y a darme cuenta más bien quién era. En ese sentido, fue sumamente centralizador y me equilibró como nunca antes”, explica.

“Hace muy bien recordarse a sí mismo, es muy importante hacerlo. Todo el mundo debería hacer un esfuerzo por recordarse, ayuda mucho a mirar y a pararse frente al mundo, a ser menos equívoco, menos rencoroso y más generoso, en general”, plantea el actor.

Tiempo después, Sergio Hernández contactó a Ricardo Morales, por ese entonces director y fundador del Área Dramática de Canal 13. Allí trabajó en títulos como “La intrusa” y “Marrón Glacé”, juntó dinero y volvió a Europa. No regresó hasta 1991.

“Han pasado los años y hoy me siento en un proceso de sanación y de búsqueda, uno en que tengo ganas de trabajar creativamente en las cosas que realmente valen la pena, y desde acá, donde vivo ahora. Yo de aquí no me muevo más. Hoy estoy mucho más sano que otra gente a la que le ha ido maravilloso y está llena de plata, porque han trabajado por años en televisión. Yo todo eso lo veo de lejos. La plata no es lo que hace la felicidad”, dice.

El actor ha seguido en las últimas semanas la noticia de la denuncia por abuso sexual en contra de Cristián Campos. “Yo estoy y estaré siempre con las víctimas”, asegura Hernández, y además se refiere a otras denuncias que han recaído en colegas suyos del teatro.

“Nosotros tuvimos una educación machista súper abusadora y yo estoy totalmente consciente de eso. Me he visto también en actitudes no tan extremas como un abuso sexual, pero que yo mismo he identificado durante mi vida, y creo que está en uno aprender a comportarse”.

“Chile avanzó hacia atrás con el estallido”

En 2021, Sergio Hernández se aventuró por primera vez en política y buscó un cupo como independiente para convertirse en miembro de la primera Convención Constitucional. Estuvo a un pelo de conseguirlo.

“Yo quería ayudar a escribir la nueva Constitución y estuve postulando, pero resulta que según los registros del Servel yo pertenecía al Partido Humanista, y jamás he militado en ese partido. Seguramente, alguna vez firmé en la calle algún papel, como le pasó a tanta gente, y como yo iba independiente, me rechazaron la postulación. Me estaba preparando, me reuní con especialistas, incluso me iba a apoyar el Partido Socialista de Chillán y otros grupos, pero no fue”, comenta.

–¿Qué mirada tiene hoy de todo ese proceso?

–Chile avanzó hacia atrás después del estallido, eso es innegable. Muchos pensamos que era una oportunidad de cambiar el país, de recuperar valores importantes, pero no pasó nada. Fue una total pérdida. Otra, fue haberles entregado en bandeja el nuevo proceso constitucional a los políticos después del primer Rechazo, y encabezada ni más ni menos que por un villano como Hernán Larraín.

Cuando Marco Enríquez–Ominami fue candidato presidencial, años atrás, Sergio Hernández fue convocado para integrar un grupo de diversas figuras con el objetivo de redactar una serie de principios que definieran qué es la cultura.

“En este país hay una ignorancia absoluta de las autoridades al respecto. Tú le hablas de cultura a un ministro, a un diputado, a un senador, y para todos ellos la cultura es el teatro, la danza, el circo, el cine, incluso el fútbol. No se ha logrado establecer una definición más macro de lo que significa la cultura para una sociedad: son las mujeres y los hombres que hacen un país, es el alma de un país. Cultura es todo lo que somos; nuestros comportamientos, con quiénes nos unimos, la manera en que convenimos y avanzamos en nuestros proyectos”, expone.

–Según usted, ¿qué mejoraría en este país con una mejor cultura?

–Si hubiera mayor cultura en este país, no habría una distribución de la pobreza tan grosera y una de las peores del mundo. Es increíble cómo en este país se ha llegado a aceptar una realidad tan injusta. Si hubiera cultura, habría mejor justicia también.

–¿Cómo ha visto el desempeño del gobierno de Boric?

–Yo voté por Boric porque creíamos en que otro país era posible, porque él es un tipo al que realmente le interesa la cultura e iba a hacer algo por eso, no solo por los artistas sino por algo más. Pero, desde que empezó a nombrar a los amigos y a las amigas como agregados culturales, y desde que empezó a hacer tanta huevada y a cometer tantos errores, estoy bastante desilusionado.

El gobierno ha hecho algunas cosas valiosas, es cierto, pero Boric le entregó el litio al yerno de Pinochet; ya con eso, no me interesa hablar de cómo lo ha hecho con la cultura. Eso no lo vamos a olvidar jamás. Cómo se le ocurre asomarse al balcón de La Moneda hablando como lo hizo Allende, que nacionalizó el cobre. Para mí, eso es lo más imperdonable.

Fuente: The Clinic

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *