Cerremos los ojos y pensemos por un momento que el protagonista del cuento de Caperucita Roja no es una niña, sino un niño.
O que el cíclope, aquel gigante enorme de un solo ojo de la mitología griega, es una mujer de cabellos rizados y pestañas largas.
Desde hace unos años, la ilustradora y escritora británica Karrie Fransman viene trabajando junto a su marido, Jonathan Plackett, en la adaptación de cuentos de hadas tradicionales y mitos griegos intercambiando el género de sus protagonistas.
Y lo hacen con talento y la ayuda de un software creado por él que juega un papel central en el intercambio.
Así los dos libros que han publicado «Cuentos de hadas con el género cambiado» y «Mitos griegos con el género cambiado» nos muestran personajes «al revés»: un guapo es salvado por la bestia -quien es una princesa hechizada-, Ícara es quien vuela con sus alas de cera cerca del sol, Zeus es mujer y Rapunzel un príncipe que no tiene el pelo largo… sino una barba muy extensa.
¿Cómo surge lo que ustedes llaman “la máquina cambia-géneros”, cómo se les ocurre crearla?
Surgió de leer los periódicos, especialmente de un encuentro entre Theresa May, exprimera ministra de Reino Unido, y Nicola Sturgeon, la entonces ministra principal de Escocia.
Lo que notó mi esposo es que todos los periódicos hacían una descripción de lo pequeños que eran los pies de una, o si la otra llevaba tacones, o cómo iban vestidas.
En cambio, no había una sola referencia sobre ese tema en los encuentros entre mandatarios masculinos.
Entonces pensamos que sería bueno hacer un intercambio de personajes, para ver cómo se leían esos textos si no se estuviera hablando de una mujer, sino de un hombre.
Y mi marido, que es desarrollador digital y es muy creativo, creó un programa muy simple, que cambia el género de los protagonistas con un algoritmo: hombre por mujer, mujer por hombre, padre por madre, madre por padre, diosa por dios, reina por rey, el cíclope por la cíclope, el toro por la vaca.
Algo tan simple como eso ya nos da otra línea de lectura, crea otra realidad. Es como leer otro cuento.
Entonces, no se trata de un ejercicio con Inteligencia Artificial, sino de uno que ayuda a comprender mejor el mundo en que vivimos.
Suena muy simple, pero ¿qué desafíos encontraron?
Lo que aprendimos con los primeros ensayos es que no podíamos cambiar todo el texto, porque quedaba muy parcializado, muy artificial.
Para evitar eso, teníamos que decirle al programa que tenía partes había que cambiar y cuáles no.
También nos encontramos con desafíos de lenguaje.
Nos pasó, por ejemplo, con la palabra “hag”, que en inglés se usa para describir de forma peyorativa y humillante a una mujer vieja, pero oh sorpresa, no existe una palabra para designar a un hombre viejo de la misma forma.
Nos tocó recurrir a una palabra victoriana, “old codger”, para poder encontrar una similitud.